En mayo 2020, los profesores Darko Radovic (Keio University, co+re) y Davisi Boontharm (Meiji University, co+re) me invitaron a ser parte de una mesa de discusión en la que hablaríamos de nuestras (entonces recientes) experiencias con la pandemia y las restricciones que ésta imponía en el mundo y en particular, al uso del espacio público. Esto fue poco después de entrar en la cuarentena originada por la pandemia y cuando todo aún parecía un mal sueño, una distopia propia de una película de ciencia ficción y a la cual poco a poco nos fuimos acostumbrando.
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Plaza de Armas a mediodía (17.04.2020), Santiago Chile |
Las conversaciones fueron elocuentes y las miradas diversas debida a la experiencia de cada uno, nuestra ubicación geográfica, cultura urbana, número de muertes que se reportaban a diario y niveles de confinamiento, que en esos momentos eran altos para todos. Había mucho en común entre lo que pasaba en Milán, Singapur, Ámsterdam, Ljubljana, Tokio, Quito, Copenhagen, Melbourne, Bangkok, o Santiago de Chile. La pandemia había detenido de alguna forma otros acontecimientos nacionales para enfocarnos todos en ese desafío global. Sin embargo, tanto en Hong Kong, como Quito y Santiago la pandemia había llegado en momentos críticos donde estas ciudades atravesaban por distintos tipos de insurrecciones urbanas. En Santiago y otros centros urbanos nacionales—como resultados de la insurrección, la violencia que se tomó las calles, la destrucción de edificios, monumentos, comercio, transporte y mobiliario público, entre otros—, una especie de cuarentena ya se había impuesto y ponía límites al uso del espacio público desde octubre del 2019. En ese contexto interrumpe la pandemia, infligiendo otro tipo de miedo y una cuarentena que, de alguna forma trágica, traía algo de calma al centro de Santiago y también a sus periferias.