18.5.15

Conversación con el Arquitecto Miguel Lawner

La discusión en torno al nuevo proyecto para Vicuña Mackenna 20 (VM20), donde se propone la demolición del antiguo edificio, se ha manipulado al punto de crear la impresión de que solo pueden existen dos miradas, excluyentes la una de la otra.

El problema se nos presenta en la forma de dos bandos, o de una dicotomía artificial e intencionalmente impulsada. Por un lado, quienes están por la demolición, justifican esta en pos del "progreso" y de la necesidad de edificaciones para institutos y alumnos de la Universidad de Chile, hacia quienes la Universidad tiene deudas infraestructurales pendientes. Por otro lado, a quienes intentan salvar este edificio patrimonial (reconocido o no) se los demoniza haciéndolos parecer poco solidarios con las necesidades de los demás. Detrás de este discurso, existe otro incluso más perverso—un discurso ideológico y mutuamente excluyente con el que se supone que cada una de estas dos miradas se alinearían—. 
Fig. 1: uno de los patios de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Edificios que Miguel Lawner rescató de ser demolidos.
Por supuesto que ni una ni otra posición puede ser tan estrecha. Extraña además que sea la Universidad, o sus representantes, los que en forma directa o indirecta utilicen este tipo de simplificaciones, las que son notorias por promover la ignorancia y la descalificación de quienes piensan en forma distinta.

Sobre la inminente destrucción de este edificio se pronuncia el destacado arquitecto Miguel Lawner,[1] un arquitecto de demostrada dedicación a las causas político-sociales y la arquitectura social. Ante la pregunta de qué deberíamos hacer en relación a la propuesta de destruir este patrimonio, Miguel Lawner se pronuncia en favor de salvar VM20. De hecho, Lawner afirma que el rescate del patrimonio es un deber, e incluso en tiempos en que se favorecía la destrucción del patrimonio (los años 60s 70s y 80s), él tomó la iniciativa de rescatar los actuales edificios de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo.

Miguel Lawner relata que el proyecto de vivienda de las torres San Borja consideraba la demolición de lo que en ese entonces era el Liceo No.5 y el mercado Juan Antonio Ríos—que eran antiguas barracas y que hoy conforman el campus que acoge a la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la U. de Chile (Fig. 1).

Como director ejecutivo de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU, 1970-1973), Lawner aconsejó en favor de mantener estos edificios y fue así como Departamento Técnico de la CORMU resolvió no demolerlos. En esta decisión, la que fue más tarde compartida por todos, se comprendió la significancia cultural y patrimonial de estos edificios y la importante pérdida que implicaría para la ciudad su demolición.

Es importante notar la trascendencia de este evento—una valorización patrimonial que se impuso en tiempos en que el patrimonio aun no era un tema contingente—que se traduce en una intervención visionaria por parte del arquitecto Lawner y del gobierno de ese entonces.

Fig. 2: Edificio y antejardines de Vicuña MacKenna 20, contribuyendo a la calidad urbana de la ciudad.

La ciudad y sus edificios son patrimonio no sólo de sus “dueños”, sino de los ciudadanos que viven y aspiran a vivir en ciudades de calidad. El valor de inmuebles como el de Vicuña MacKenna 20 trasciende su valor mercantil y no pueden existir sólo para el beneficio cortoplacista de sus propietarios (sean estos especuladores inmobiliarios, o una universidad pública como la Universidad de Chile). El valor de Vicuña MacKenna 20 es de todos, a través de estos edificios y sus historias se impregnan nuestras ciudades de cultura (Fig. 2).

Sabemos que entre quienes hoy están por la demolición del edificio, también hay algunos que reconocen la importancia de mantener el patrimonio—ese que nos beneficia a todos y que va más allá del edificio, creando un carácter urbano de calidad—. También sabemos que entre quienes intentan salvar el edificio no hay menosprecio por las necesidades de quienes se beneficiarían de estas nuevas instalaciones. Además, contamos con muy buenos ejemplos de proyectos (en Santiago) que han manejado de forma ejemplar la necesidad de crear espacios contemporáneos, con la de mantener la historia y patrimonio.

No existe, ni debe reinar la noción de dos bandos, menos en una Universidad que debiera tener como propósito la promoción del diálogo informado y transparente

Si bien sabemos que hay en la Universidad de Chile necesidades imperiosas de espacio, el respeto por los ciudadanos y sus ciudades no es menos importante. La pregunta entonces tiene que ser, cómo responder a los requerimientos infraestructurales de la Universidad, incorporando el antiguo edificio de VM20. 
El tiempo y los costos incurridos por la Universidad, no son justificación válida para seguir adelante con un proyecto intrínsecamente desacertado y destructivo, y que sólo demuestra la mala gestión de la Universidad. Por esta mala gestión no pueden ser castigados quienes necesitan la nueva infraestructura, ni nuestros edificios patrimoniales. La Universidad de Chile debe entender que “dos errores no hacen un acierto.”


Nota: una versión previa de este artículo fue publicada en: biobiochile.cl (17.05.2015)



[1] Conversación telefónica entre Miguel Lawner y Beatriz Maturana, realizada el 13 de mayo, 2015.



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